LITERATURA Y PAZ, María del Carmen Maqueo Garza
LITERATURA Y PAZ
María del Carmen Maqueo Garza
El pasado día 17 se conmemoró el décimo aniversario luctuoso de Gabriel García Márquez, genio colombiano avecindado en nuestro país desde 1975. Para mí uno de esos sucesos tan relevantes, que recuerdo exactamente dónde estaba al enterarme, y la sensación inmediata de pérdida que me invadió. Había estado internado un par de semanas antes, regresó a su hogar en Coyoacán y ahí murió: En casa, como él hubiera querido, y no en una cama de hospital, rodeado de tubos y molestas alarmas. Quiso partir teniendo al lado a sus seres queridos, transportado por una nube de mariposas amarillas, que le condujeron a despedirse de Aracataca, su tierra natal, y ya luego emprender el vuelo al otro lado del horizonte.
Buen momento para traer a colación el valor social de la literatura. Periodista en sus inicios, Gabo se consagró como novelista. Una a una sus obras,” historias que son cuentos”, retratan personajes de carne y hueso, humanos, a ratos incongruentes, con claroscuros. En ellos podemos identificarnos, ya que reflejan lo que nosotros, lectores, somos: seres humanos imperfectos que tienen derecho a soñar y a equivocarse, a llorar y a volver a intentar.
Vivimos tiempos complicados; hay turbulencia en derredor nuestro, y a ratos el aire resulta irrespirable. Nos tornamos suspicaces, desconfiados y tal vez hasta agresivos. En un grupo actuamos con cautela, buscando evitar que nos hagan una mala jugada. Hay ratos en que hasta con nuestra propia sombra nos andamos peleando. La paz mental se ha convertido en un estado cada vez más difícil de alcanzar. Llegan técnicas como la meditación, la asesoría de entrenadores emocionales o los libros de autoayuda. Por otra parte, está la lectura de ficción, ese precioso medio que invita a hermanarnos con los personajes que resultan ser tan humanos como nosotros.
En este vivir contrapunteados unos con otros, luce muy difícil lanzarnos a la tarea de abordar a quienes —de antemano sabemos—piensan de modo muy distinto al nuestro. No nos animamos a dejar nuestra zona de confort para acercarnos a ellos, ni ellos lo intentarán de allá para acá. Unos y otros nos refocilamos en nuestras respectivas posturas y se perciben descargas eléctricas en el ambiente, lo que en nada apuesta a la armonía.
En el prólogo de “Doce cuentos peregrinos” García Márquez nos relata un sueño: Visualizó su propia muerte, a los asistentes de negro, pero en ambiente festivo, y más delante, terminada la ceremonia fúnebre, cuando él quiso irse con todos sus amigos que lo habían acompañado, alguno le dijo: “Eres el único que no puede irse”, y con esas palabras él comprendió que morir es no estar nunca más con los amigos. De igual forma podríamos decir de los libros, esos amigos entrañables que se adaptan a nuestras necesidades, a nuestro tiempo y, tal vez, a nuestra ingratitud. Los tomamos cuando sentimos que algo nos falta y luego los abandonamos, pero son como Gabo, los amigos que nunca tendrán pensado abandonarnos.
La educación en México ha perdido el papel central que alguna vez tuvo. Los de cuarenta y más aprendimos lectura de comprensión desde el primer grado, mediante clases diarias en las que se nos enseñaba a identificar letras, unir palabras, interpretarlas, leer un texto de corrido y al final, mediante un cuestionario temático, evaluar nuestra asimilación de lo leído. Como diría Descartes, palabras más, palabras menos: no describimos el mundo que vemos, sino que somos el mundo que podemos describir. Así es como la pobreza en el lenguaje por falta de asimilación de contenidos, no permite comprender a cabalidad los hechos y el modo en que a todos afectan.
Al igual que las tablas de multiplicar, aprendimos a leer por obligación, por cumplir con el programa de estudios de primaria. Ya más delante, habiéndonos apropiado de la técnica, encontramos la forma de interpretar textos académicos de grados superiores. Leíamos algo, elaborábamos preguntas de lo revisado, para de ese modo medir nuestra comprensión lectora. Y si lo deseábamos, había la posibilidad de migrar a otro tipo de textos, para comenzar a leer por placer.
Cada problema necesita ser solucionado. El ambiente tóxico de confrontación requiere descontaminación urgente. Los partidos políticos hacen lo suyo; maestros, ministros religiosos y líderes de opinión trabajan en ello. En el hogar los padres de familia llaman a la concordia, a no caer en arrebatos que nos distancien de los propios seres queridos. Los ciudadanos probamos distintas estrategias. En lo personal, como he venido insistiendo desde tiempo atrás, propongo la literatura como herramienta de entendimiento y reconciliación. Crear lectores atentos, capaces de comprender posturas distintas, ampliar nuestro horizonte y sembrar paz.
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