EL BAILE DE LA OSTRA, María del Carmen Maqueo Garza

EL BAILE DE LA OSTRA

María del Carmen Maqueo Garza

A ratos experimentamos desánimo, frustración.  Como ostras, aislados cada uno en su propia concha, queriendo adivinar el mundo allá afuera.  Se nos presenta de forma tan confusa y variada, que finalmente no alcanzamos a explorarlo con suficiente hondura como para definir por nosotros mismos con qué elementos de ese mundo nos quedamos.

Hablando de crónica periodística, Gonzalo Martín Vivaldi maneja un precepto que se aplica de la mejor manera al hablar de hiperinformación y estados depresivos: “En estricto rigor hay que decir lo que son las cosas, y no lo que se cree que son las cosas”.  Esto es, la comunicación a través de redes sociales nos da la libertad de difundir cuentos chinos haciéndolos pasar por verdades absolutas.  Esto es generado por nuestro propio estado de ánimo.  Tal vez estamos deprimidos y vemos las cosas color gris.  O tal vez nuestra propia frustración nos tiente a frustrar a otros.

De tiempo en tiempo circulan  en redes mensajes descabellados: Uno que viene a mi memoria es “El baile del Papa”; otro acaba de comenzar a circular y habla de tornados.  La leyenda que viene al final del mensaje advierte que, si lo abrimos, en milésimas de segundo habremos perdido toda nuestra información, y los jáquer tendrán acceso a nuestras aplicaciones bancarias y similares.   Es un hecho que el uso de la tecnología, si bien nos facilita muchas operaciones, de igual manera nos coloca en riesgo de daño personal o patrimonial.  Es algo real.  Mientras que la tecnología avanza un paso adelante, los criminales avanzan dos, y siempre estarán buscando sacar beneficio de nuestra candidez o de nuestra impericia, echando mano del factor sorpresa.

Por más que los adultos evoquemos épocas en las que el mundo era un sitio mucho más confiable, el tiempo no va a dar marcha atrás.  Tenemos que adaptarnos a los cambios, sacar ventaja de ellos, pero sobre todo cuidarnos de que no nos provoquen daños emocionales.  Y, eso sí, recurrir a elementos pacificadores en medio de este maremágnum informático que amenaza con engullirnos.

Recién terminó el CES (Consumer Electronics Show), evento anual que se llevó a cabo en la ciudad norteamericana de Las Vegas, como viene sucediendo desde el 2005.   Este año se dieron cita 167 expositores de diversos puntos del orbe, mostrando avances tecnológicos de todo tipo, en particular lo que se conoce como “Internet de las cosas”, especialmente las novedades relativas a la Inteligencia Artificial y sus aplicaciones en el hogar, el trabajo y el área médica.

La tecnología se diseñó para apoyo de la raza humana, no para suplirla.  Los fenómenos económicos y emocionales que se vienen derivando de su uso y abuso son mera responsabilidad de los usuarios y de los sistemas de gobierno que rigen el manejo de estos productos tecnológicos.  A nosotros, como usuarios, nos corresponde informarnos, conocer los alcances de los equipos a los que tenemos acceso y aprender a sacar provecho de ellos.

De formas que quizá no percibamos directamente, dependemos de la tecnología.  Digamos, esta mañana, cuando preparo mi próxima columna periodística, el viento ha dañado alguna parte del sistema de telefonía y estoy sin Wifi.  Avanzo en mi equipo en la redacción del texto, pero estoy sujeta a que regrese la señal de Internet para poder enviar el archivo a los distintos periódicos donde se publica.  Y así, en este tenor melancólico e invernal, recuerdo cuando enviaba mis colaboraciones por Fax.  Con lo novedoso que era el sistema y ese timbre agudo que anunciaba que estaba conectado, no pocas veces tenía dificultades para enviar el escrito que metía, hoja por hoja, al mágico aparato, para que se reprodujera fielmente en un artilugio receptor en otras latitudes.   Cada avance tecnológico tiene lo suyo y nos corresponde a nosotros como usuarios mantenernos al día en su utilización.

Es sorprendente la forma como se han disparado los índices de depresión en nuestras sociedades, tanto en adultos como en menores.   Volvemos a ese ostracismo que nos tiene aislados del resto, en un pequeño espacio desde el cual pretendemos sacar una antena para conectarnos con el cosmos.  La parte de nosotros que más sufre en este proceso es la emocional.  Nunca va a ser equivalente la comunicación virtual que la calidez presencial. Somos seres gregarios; necesitamos unos de otros.

“Decir lo que son las cosas, y no lo que creemos que son las cosas”.  Romper con ese círculo de hiperinformación-aislamiento-caos que tanto daño provoca.   Colocarnos por encima de las cosas y no a merced de ellas.  Alimentar el corazón y no solo el intelecto.  Ya tenemos bastantes problemas como para que, en la forma de decir las cosas, el panorama luzca aún más desolador.

Hora de compartir elementos positivos. ¿No creen?

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