EL REVERSO DE LAS COSAS María del Carmen Maqueo Garza
EL REVERSO DE LAS COSAS
María del Carmen Maqueo Garza
No deja de asombrarme el poder que tienen las palabras. Una de ellas ha iniciado guerras; otra ha instalado la concordia entre pueblos. Una es capaz de despertar el mayor potencial humano cuando se es niño; otra, dicha en esos mismos primeros años, es capaz de anular ese potencial para toda la vida.
En un mundo dominado por las apariencias, solemos dejarnos llevar por la primera impresión (“coup d’oeil”, dirían los franceses), para calificar los discursos, las noticias y hasta las personas. No solemos detenernos a analizar que, detrás de lo aparente hay una estructura que lo sustenta, llámese intenciones o trasfondo afectivo de quien lanza ese contenido a la opinión general.
En los sitios públicos no es infrecuente encontrar graffitis: trazos más o menos armónicos hechos con pintura en aerosol. Una forma de autoafirmación, generalmente juvenil, un decir “este soy y aquí estoy manifestándome”, frente a una sociedad en la que sienten no ser bien aceptados. Así nos encontramos, desde arte urbana bien hecha, hasta signos casi indescifrables que, a la vista, no hacen más que afear el escenario urbano. Si nos quedamos en la anécdota tal vez ocultemos las manifestaciones de este fenómeno con una capa de pintura. Si nos asomamos más allá, al reverso de lo que se nos presenta, podremos detectar necesidades de esos jóvenes, en apariencia rebeldes, que buscan ser solventadas. Necesidades de aceptación, de reconocimiento y de identidad, que bien podrían ser abordadas de otra forma, a partir del síntoma y en búsqueda de un alivio.
Otro caso muy relacionado con la juventud es el de novatos conductores que obran de manera imprudente, no pocas veces ocasionando lamentables accidentes de tráfico. La descarga hormonal propia de su edad los lleva a sentirse capaces de todo, infalibles, lo que, en no pocas ocasiones, termina en tragedia. Los escuchamos avanzar por calles y avenidas con el escape abierto, lo que genera un ruido atronador, como una forma de expresar la potencia que ellos sienten tener. Poco logramos con prohibir los escapes abiertos o con dotar a todos los ciudadanos de tapones para los oídos. Más bien habrá que ir al reverso de los hechos y tratar de entender la razón por la que estos chicos necesitan manifestarse de un modo tan escandaloso. Al hacerlo y trabajar sobre las causas, resolveremos el problema del ruido y fortaleceremos la autoestima del chico para toda la vida.
Del mismo modo que los casos anteriores, las palabras tienen un reverso al que no siempre ponemos la debida atención. Solemos quedarnos solamente en la palabra, sin recapacitar qué origen tiene. Si está dicha desde la sinceridad, desde la empatía, o si es una palabra engañosa proveniente de una zona más bien oscura. No se trata de volvernos suspicaces con el mundo; simplemente es pasar los dichos por el tamiz de la razón, hasta entender la intención con la que se pronuncian. Ello podrá ubicarnos en la realidad y salvarnos de grandes frustraciones.
En un principio mencionaba el inmenso poder de las palabras, mucho más allá de lo que habitualmente podríamos imaginar. En el hogar una palabra que califica, o lo contrario, descalifica a un niño, puede marcarlo para siempre. Sobre todo, cuando esa palabra proviene de las fuentes más confiables y amadas para él: sus propios padres. Bien dice alguna sentencia de la educación que no reprendamos a nuestros hijos cuando estamos alterados por lo que hicieron, pues no podemos imaginar qué palabras seremos capaces de pronunciar en ese momento. Ante la falta del menor, en la mayoría de los casos, habrá que serenarnos antes de decidir de qué forma vamos a corregirlo. Los castigos dictados en un momento de ira suelen ser excesivos y marcan al niño para siempre.
Volteemos la vista a la naturaleza, veamos las plantas que nos rodean. Cada una de sus hojas tiene un anverso, el que vemos de primera intención, pero tiene también un reverso que, aunque oculto, cumple una función para la planta. Es necesario visualizar ambas caras para entender cabalmente cómo trabaja en forma conjunta. Cualquier otra especie suele mostrarnos una cara y se guarda de revelar la otra, la oculta, y no es hasta que conocemos ambas que estamos en capacidad de entender su actuación como presa o como depredador.
Nosotros, humanos, actuamos de un modo de entrada perceptible, pero nos mueve un mecanismo interno que no se aprecia a simple vista. Cuando nos enfocamos en tratar de entenderlo, comenzamos a comprender mejor lo que genera determinadas conductas de nuestros semejantes, para así poder manejarlas con acierto. Entenderemos entonces que todos somos la mar de distintos, por muchas razones, y que en mirar más allá está la esencia de una sociedad armónica.
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